Llega el verano y nuestro cuerpo se prepara para el
descanso después de un curso lleno de aventuras e historias y mucho esfuerzo
por cumplir los objetivos marcados. No obstante, nuestra mente sigue
reflexionando sobre el trabajo recién acabado y sobre formas de hacerlo mejor
para la siguiente ocasión. Todavía no hemos desconectado. Y es por eso por lo que me propongo a
escribir esta pequeña reflexión.
A lo largo de 14 cursos escolares, he programado de
muchas maneras puesto que las leyes cambian frecuentemente y a su vez el léxico educativo. He aprendido y
desaprendido. He partido de los objetivos, de los contenidos y de los criterios
de evaluación y he visto como cada ley le da más peso a unos contenidos que a
otros.
Sin embargo, en cada ley y en cada currículo nunca ha aparecido
explícito que tenemos que preparar el terreno, abonarlo, ararlo,… y todas esas
cosas que un agricultor tiene muy claras antes de empezar a sembrar. Pero como buenos
sembradores, nosotros lo tenemos en cuenta y cada curso escolar le dedicamos un
tiempo. Unos profesores le dedican más tiempo que otros, ya que saben que para recoger buenas cosechas
hay que hacer una buena preparación del terreno.
En primer lugar, es fundamental la autoestima del alumnado. Ningún
aprendizaje es posible si el aprendiz no
se siente capaz de hacerlo. Para ello debemos recordar la maravillosa teoría de
las inteligencias múltiples ya que, si las tenemos muy en cuenta en nuestro día
a día, veremos que cada uno de nuestros alumnos destaca en alguna y no necesariamente en la lingüística y la
matemática, como siempre se ha pretendido. Es muy necesario recordárselo a los
compañeros y a las familias, y por supuesto al alumnado. Si conseguimos que
nuestro alumnado tenga una buena autoestima ya tenemos medio camino andado.
Otro aspecto muy importante es la buena relación entre iguales, el sentirse
querido, aceptado, valorado,… por todos los compañeros. Todo el que haya estado
con 25 niños en una clase sabe que esto es muy difícil, casi una misión
imposible, ya que la enriquecedora diversidad hace que los grupos sean muy
heterogéneos, con gustos y caracteres dispares. Aun así, no podemos darnos por
vencidos. Hay que enseñarles a valorar a sus compañeros en positivo. Una de las
actividades que he hecho y funciona mucho es darle un listado de adjetivos
positivos, cada niño escribe su nombre
en el centro de un papel en blanco y se va pasando por toda la clase para que
se complete. Ese día se consigue un subidón de autoestima porque descubren que sus
compañeros piensan cosas de ellos que no esperan. Se quedaría sólo en ese
subidón, si no seguimos todo el curso en la misma línea. Cada vez que surja un
conflicto, habrá que recordar las cualidades de esa persona y ver todo lo positivo
que tiene. Además, con las letras de cada nombre, se construye un acróstico con
adjetivos y frases en positivo. De forma que siempre el alumnado lo tenga
presente.
Otra parte imprescindible de la preparación del
terrero es algo muy obvio y lógico, pero que a veces el profesorado se olvida. Nuestro
alumnado quiere sentirse escuchado, protagonista, partícipe, … que sus ideas sean tenidas en cuenta. Las
mejores actividades y proyectos que he hecho en mi trayectoria profesional ha
sido ideas de mis alumnos. Hay que escucharlos, literalmente. Todos los niños
tienen una mente creativa, llena de ideas maravillosas y cuando son llevadas a
cabo, es cuando se produce el aprendizaje más significativo y constructivo.
Considero que preparar el terreno
conlleva muchas más aspectos, pero he querido escribir sobre tres de ellos, sin
los cuales no habría una rica cosecha. Espero que consigan unos buenos y
prósperos cultivos.